Reseñas: Novela extranjera

Matar a un ruiseñor, Harper Lee & Robert Mulligan

 

Empecé a leer esta novela con gran entusiasmo, pero no ha sido lo que me esperaba. 

Supongo que se debe a que estamos demasiado acostumbrados a los ritmos frenéticos, a no tener tiempo para parar y nos hemos hecho adictos a la adrenalina. Buscamos héroes en las novelas que nos evadan de la realidad y nos muestren mundos perfectos o mágicos donde el final sea feliz.

De hecho, parece ser que éste es el tipo de literatura y de cine que la gran mayoría buscamos en el siglo XXI para olvidar por unas horas la corrupción política, las diferencias de clases o las injusticias en cualquier campo.

Leer ahora un clásico del siglo XX resulta lejano. Quizás se prefieran los libros que emulan a los clásicos griegos como la Odisea de Homero cargada de aventuras.

El caso es que la novela de Harper Lee habla de un tema interesante, el racismo, a pesar de que donde fue escrita aún no lo hayan zanjado. Para muestra el trato de algunos policías a los negros y la prohibición de este libro en las aulas justamente porque aparece la palabra negros y puede herir los oídos de los blancos. Vaya memez. El día que nos tratemos por igual y asimilemos las brutalidades que hemos cometido con ellos durante siglos, podremos decir que ha acabado el racismo. A lo mejor nos daremos cuenta cuando no podamos entrar en el Cielo porque ya esté lleno de negros.

Disculpen esta vena pasional. Me persigue desde que estuve en el castillo de Cape Coast, justo en el agujero por donde lanzaban a los futuros esclavos al barco desde veinte metros de altura para llevarlos a América. Gracias a aquella imagen, y a otras de mis viajes a África, no soporto la desigualdad, ni nuestra hipocresía.

Pero no me voy a poner de “santita”, demos protagonismo al personaje más fascinante de Matar a un ruiseñor, Atticus y leamos en voz alta alguna de sus frases: “Uno no conoce de verdad a un hombre hasta que se pone en su pellejo y se mueve como si fuera él.” Ya lo he dicho. Atticus me ha encantado y con él se aprende a ser mejor padre, mejor persona y a mantener la calma. Esto es oro.

El ritmo de la novela no me ha gustado, decía más arriba. Puede que sea porque mi carácter gira a la velocidad del XXI y soy adicta a la cafeína y a la adrenalina. La primera parte de la novela se me hizo eterna y me recordaba, como a mi colega Salcerjo, a las novelas que leíamos en la preadolescencia. Aquellas de José Luis Martín Vigil.

A partir del juicio contra Tom Robinson la novela se hace más interesante y se adapta más a nuestro siglo. En cualquier caso, no tienen desperdicio las descripciones de los personajes y las premoniciones desde el principio, que junto con el título mantienen al lector interesado por saber qué va a suceder y cómo va a acabar la historia.

Me ha gustado mucho el misterio entorno a Boo Radley y el peso tan grande que tiene en la obra. Es un personaje que abre y cierra la historia, a pesar de ser secundario.

También son fascinantes las frases rotundas de la narradora por ser premonitorias y acercarnos al misterioso final: “Algo atrajo mi atención.” “Entonces llegó la Navidad y estalló el desastre.”

Además, la autora se basa en un hecho real que vivió de pequeña y narra perfectamente el ambiente de un condado estadounidense, en este caso Maycomb, describiendo muy bien las relaciones sociales entre los vecinos, los prejuicios y lo que ahora llamaríamos el “postureo”. Y al intercalar los diálogos de los personajes entre las narraciones y descripciones, hace que la novela resulte más real y cercana.

Después de leer la novela vi la película que dirigió Robert Mulligan y que ganó en 1963 el Óscar al mejor guion adaptado.

Me repito y llego a la misma conclusión, no estamos acostumbrados a estos ritmos fílmicos de los 60. La película en la primera parte es soporífera. Parece que no avanza en nada y te duermes.

El film calca el libro y se centra en los diálogos, aunque modifique algunos y recorte escenas. No hay casi música. Sólo en los puntos clave para intensificar el dramatismo. Como por ejemplo cuando el jurado lee la sentencia y ya no hay nada más que decir. También en la conversación final entre Atticus y su hija. Ese diálogo cierra el círculo y entendemos que Scout ha tenido que contar cómo vivió esa experiencia, tal vez para entender la mediocridad del ser humano. La música realza esta reflexión. Es como matar a un ruiseñor.

En cualquier caso, esa falta de música en la película, sin casi efectos sonoros o ambientales, y en blanco/negro hacen que te fijes más en lo que se dice y no en lo que hacen los personajes.

El espectador tiene que concentrarse y escuchar las palabras y el silencio.

De manera que se enfoca aún más la figura de Atticus. Su manera de hablar, de moverse, de mirar y de proponer soluciones o explicar cada cosa no deja indiferente a nadie. Gregory Peck supo interpretar muy bien su papel y ganó el Óscar por ello. Sin duda, libro y película reclaman la cordura, el orden y la mirada limpia del protagonista, el padre de la narradora.

En cualquier caso y pese a que alguna página me ha hecho perder el entusiasmo del principio, Matar a un ruiseñor es una obra redonda y perfecta que ganó el Premio Pulitzer al poco de publicarse en 1960 y tuvo un éxito rotundo entre negros y blancos.

Por eso, anotemos en la agenda esta reseña y cuando nuestros hijos preadolescentes, los que ahora leen a Harry Potter y a Percy Jackson, hayan olvidado estas sagas fantásticas y mitólogicas y sean adultos, recomendémosles la lectura de esta novela de Harper Lee por los valores que transmite y la reflexión tan profunda que suscita en nuestras mentes.

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