Ensayo, Reseñas: Novela extranjera

Ensayo sobre la ceguera, José Saramago

Quizás la única manera de empezar a hablar de Ensayo sobre la ceguera sea pensando en la Victoria de Samotracia. Leer este libro por segunda vez ha sido una angustia. Por eso, pensar en esta escultura tan enigmática y poderosa me ha dado la clave para entender esta historia a partir de uno de sus personajes, tan fascinante como lo es la Niké que posa con toda su fuerza en lo alto de la escalera Daru del Museo de Louvre.

No puedo nombrar a este personaje porque Saramago tampoco lo hace. Se trata de la única mujer que no pierde la vista cuando de repente todos los habitantes de una ciudad se quedan ciegos, sumidos en una “ceguera blanca”. Ella tendrá que guiar al resto de humanos, sin saber cómo y aprendiendo en cada momento sola.

Ciertamente, salva a todos, al menos consigue ser su luz en medio de la blanca oscuridad que viven. Sin embargo, el precio que paga por ello es ser testigo de todas las atrocidades que el ser humano es capaz de hacer para sobrevivir.

Con sus ojos ve, y vemos los lectores, cómo el hombre pierde la dignidad, el respeto y la sensibilidad hacia el prójimo. Con la ceguera mundial, el caos y el desorden se apoderada de la vida convirtiendo al ser humano en un animal: Homo homini lupus. El contraste es evidente, ante la blancura que ven todos, ella sólo ve negrura, la misma que le lleva a cometer los actos más miserables.

Y aunque lo consigue, el final es paradójico. La protagonista los salva y llega victoriosa, pero destrozada, sin saber dónde ni cuándo perdió las manos, los brazos, los ojos y la sonrisa. Su cuerpo está firme, incluso con las alas extendidas desafiando al viento y a la gravedad.

Como la Niké de Samotracia, parece que baje del cielo y se pose levemente sobre la proa de la nave que ha dirigido para desde allí contemplar la Victoria. Pero lo que nadie, ninguno de los que ha redimido, quizás aprecie es que ella ya no es la misma porque en la travesía ha perdido las suaves caricias, los abrazos sinceros, las miradas enamoradas y la eterna sonrisa.

Deja una respuesta