Reseñas: Novela extranjera

El Gatopardo, Giuseppe Tomasi Di Lampedusa

Es una pena que Lampedusa no conociera el éxito de su novela y que, a pesar de que nadie publicara en vida su libro, él supiera que había escrito una obra de arte. Y es una pena porque el autor comentaba en una de sus cartas personales que él no había escrito esta historia para vengarse o para criticar a sus conocidos o familiares. Él escribió con las ganas que arrastran a los escritores a contar lo que no pueden guardar dentro.

El gatopardo es una obra preciosa que no deja de resonar en cuerpo y alma cuando la acabas de leer. No es una historia cualquiera, podría ser la historia de cada uno de sus lectores, porque no sólo habla de la historia o la política de Sicilia, habla de lo humano.

En las primeras páginas el lector ya se percata de su prosa exquisita, sofisticada, y a la vez, tan sencilla de leer. Hay párrafos brillantes que enamoran y es necesario leerlos varias veces para saborear su forma y retener su contenido.

Todos conocen la historia de El gatopardo. Se centra en una isla de Italia, en la segunda mitad del XIX y es contada en tres etapas: el desembarco de Marsala 1860, la muerte del príncipe 1885 (1883) y el final de todo 1910. Desde el principio parece que el tema central es el cambio social y político, que supone el desembarco de Garibaldi, frente al mundo aristócrata y tradicional representado por la familia de don Fabrizio, príncipe de Salina.

Pero, el autor no quiere hablar sólo de cómo se vino abajo la aristocracia italiana, sino más bien de cómo la vivieron, y en concreto, cómo la vivió su abuelo.

Hay personas carismáticas, arrolladoras, que llenan espacios y les dan sentido. Son esas personas que arrasan y guían casi sin saberlo a las que prefieren dejarse llevar. Así era su abuelo, y así es el protagonista de El gatopardo, don Fabrizio, un príncipe de naturaleza aristócrata que con una calma y sabiduría natural ve desde una posición superior los cambios que amenazan a su familia y a todo lo que representa.

Sin embargo, la novela no impone ningún pensamiento, se limita a sugerir esos cambios y amenazas con los diálogos y con las intervenciones que hacen los personajes en diferentes escenarios. De este modo, los personajes se van definiendo poco a poco y posicionando entorno al protagonista que va adquiriendo paulatinamente la fuerza del gatopardo, “felino de formas elegantes que simboliza la grandeza”. Este símbolo aparece casi sin darte cuenta y sale de las hornacinas de los jardines, los palacios e incluso, el menaje de los Salina y se personifica en el príncipe. Él mismo se imagina ser un “imponente Gatopardo” que a veces se siente irritado, atractivo, acabado o grandioso. Animal y príncipe son uno y cada uno confiere al otro sus cualidades, hasta confundirse ambos.

El príncipe sabe que es necesario el cambio político, e incluso acepta que su sobrino, al que ama como a un hijo, se infecte de esta revolución y acabe involucrado. Sin embargo, él se siente defensor del mundo aristocrático al que representa y que todos admiran. Ese mundo está en decadencia, pero mostrar debilidad o fracaso sería como traicionar al “otro mundo”, el que representa al pueblo y en el que viven todos los que han visto en el Gatopardo como su guía o su salvador en ocasiones.

Los escenarios también definen esta decadencia a partir de las comparaciones que el autor crea. Como las ruinas y los laberintos de Donnafugata que tienen una fuerza y una carga que pesa sobre el lector cuando advierte que el polvo y las piedras que quedan de aquel palacio reflejan el final de un pasado glorioso. También la minuciosidad de los “detalles” o las “cosas” narran momentos y describen la posición de cada personaje. Es precioso cómo Lampedusa se detiene en mostrarnos cualquier detalle, como la “confusión de calzados” cuando la familia Salina sube al coche camino del “Baile”. De manera que en la obra hay una serie de premoniciones que te van avisando y diciéndote que lo importante no es “el Baile”, quizás la grandeza está en cómo lo vive cada uno.

A lo mejor, por este motivo el capítulo 7 se convierte en el más bonito. Es de una belleza indescriptible. La similitud de la muerte del príncipe con el río que baja incesante pasando por torrentes y cascadas hasta llegar al mar es preciosa. El sentido que cobran las “cosas”, insignificantes a lo largo de la novela, recoge en ese momento toda la grandiosidad en el recuerdo de don Fabrizio, por ser “cosas” pequeñas, detalles insignificantes que llenaron su vida. También es brutal la personificación de la muerte en una mujer bellísima que sale de entre la multitud y que evidencia mucho más el atractivo irresistible del último Gatopardo, su elegancia y carisma irrepetible.

A partir de lo explicado, podríamos pensar que el capítulo 8 no sería necesario porque con la desaparición del Gatopardo todo ha acabado, pero el autor hace bien en rescatar a un personaje que pasa desapercibido, Concetta. Posiblemente porque es la única que comprendió y asumió (puede que con resignación) la fidelidad de su padre a la nobleza y por eso, es necesario evidenciar lo miserable que se siente por no haber sabido continuarla y engrandecerla. Este hecho realza aún más a don Fabrizio. El dormitorio de la solterona es un espejo que lo demuestra. En ese microuniverso el autor focaliza la atención en dos “cosas”: “cuatro grandes cajas verdes” y “un montoncito de piel en estado lamentable”.

Estas “cosas” representan el ajuar que jamás podrá compartir con Tancredi, símbolo del cambio con el que ella no se podía identificar, y un pellejo, el de Bendicó, el fiel compañero de su padre. Este perro, que abre y cierra la novela, lo conserva Concetta en forma de alfombra hasta que “su vacío interior era total” y decide deshacerse de él para que no siga imprecándola y recordándole que ha fracasado. En ese momento es cuando podemos decir que todo ha acabado.

Y así, queda claro que Lampedusa busca lo humano de sus personajes, lo que hace a todos iguales y diferentes a la vez (ricos o pobres, miserables o sobresalientes, débiles o fuertes), porque en los detalles de las cosas, del día a día, se fragua cada vida seas de la condición que seas.

 

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